Un día dura 24 horas pero muy en el fondo desearíamos que durara más. A veces tenemos -o queremos abarcar- tantas actividades que no nos damos abasto para cubrir todas nuestras necesidades en sólo 15 o 16 horas diarias (sin contar las horas de sueño). En el trabajo es lo mismo. Durante las 8 o 9 horas laborales de 5 días a la semana, tenemos que cubrir una cierta cantidad de tareas que a veces nos abruman y, por ende, terminan hostigándonos a tal grado que provocan que dejemos de rendir como deberíamos. Es entonces cuando dependemos de que nuestra productividad laboral sea óptima pero a la vez no afecte en nuestra salud.